Alli donde los cactus viven no hay espacio para el error, ocupan el territorio de manera calculada. Agarrados a la roca o colgados del acantilado exhiben sus defensas, pinchos ordenados y relucientes que delimitan su espacio. Bebiendo de la arena o absorbiendo de la niebla sobreviven a situaciones adversas guardando el agua que el cielo escatima. A pesar de todo florecen, crecen y se multiplican, lentamente, sin prisa, como si el tiempo no existiera y quisieran vivir para siempre. Perseverancia, elegancia y armonía. Esta es la sensación que he tenido en el jardín de los cactus.